martes, 5 de enero de 2010

Mi jardín

Pileteando, después de que me hicieron madrugar (8 am.), me pude maravillar con dos detalles de mi jardín.
El primero se dio mientras estaba en la reposera. De pronto miré a un costado y vi, en el pasto, pequeñas gotitas brillantes: eran trozos del agua que yo mismo había expulsado de la pileta con mis tonteos. Ahora estaban allí, acribillados por el sol, y brillaban: uno rojo, otro azul, otro amarillo. Parecían un par de estrellas en mi casa. Pero entonces se me ocurrió utilizar mi técnica de vista nublada: me puse bizco y cerré un ojo, y ante mí, como si les hubieran subido el voltaje, aparecieron decenas y decenas de estrellitas de colores puros, dándole toda la vuelta al círculo cromático, titilando como celofanes con le viento, maravillosos, sublimes y tan fáciles de evaporar...
La segunda de estas experiencias ocurrió mientras me secaba, de parado a la sombra en el patio. Vi, allá en el lejano piso de baldosas no patinantes, lo que me pareció una especie de pequeño calamar de pileta, el último de esta extraña especie perdida. En realidad se trataba de una semilla de dátil (la cabecita del calamar) y una florcita deshidratada y adherida al piso (los tentáculos), pero formaba un cadáver tan lastimero, tan triste, patético y humillado, que no pude sino fantasear, en pocos segundos, la historia de su desdichada vida y el sueño que tuvo siempre, hasta que murió su compañera, la última hembra, de restituir su maltratada especie de calamar de pileta.
Y listo, chau.

1 comentario:

  1. Puede que la vida del calamarar no haya sido tan desdichada viendo a su compañera muerta, quizás se encontraron con aquel círculo de colores y en algún momento fueron complementarios y como tales murieron en su ley inmensos e intensos los dos

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