jueves, 7 de enero de 2010

Cajas y cajas

Por las películas uno conoce a toda clase de gente rara, excéntrica, paranoica y, generalmente, inexistente. En las películas abundan, pero sólo porque suelen ser más interesantes que las personas normales. Sin embargo, yo tuve la oportunidad, hace dos semanas, de conocer a alguien así de extraña: la tía Sofía. No es tía de nadie, pero como no tiene familiares, decirle "tía" es una forma de darle el cariño que le falta. La pobre tiene ahora ochenta y cinco años y vive sola desde que su hermana murió, casi cuarenta años atrás.
A Sofía la conocí cuando fui a su casa. Una casa vieja, grande, plagada de cajas de zapatillas. En donde normalmente habría adornos o libros, la tía Sofía mete cajas de zapatillas, y si tiene una pared despejada mete una estantería y la va llenando de cajas. Cajas por todos lados, de todos los tamaños, de todas las marcas. Habrá... no sé, soy malo para los número grandes, pero fácil habrá trescientas cajas. Y me consta que la tía Sofía sabe qué hay en cada una.
¿Y qué hay en esas cajas? Recuerdos, de todo. La entrada a una película a la que fue con alguien querido, los cordones de una zapatilla que encontró en la calle un día especial, el último boleto de subte de tal año, una cana en una bolsita, algún bicho disecado, lápices, gomas, hojas en blanco, algún muñeco, una pulsera, una medalla de tal cosa, de todo. Tiene todo amontonado en cajas y es un perfecto caos que ella conoce al milímetro. Y le habla a las cajas: como sabe qué contienen, les habla rememorando todos los recuerdos que contienen. Ella recuerda todo, pero parecería que lo único que olvidó es que esas cajas antes estaban llenas de zapatillas.

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