domingo, 24 de enero de 2010

Caharuh con Mondia

Mondia era la típica personaje secundaria de un drama moderno en que el principal está enamorado de su amiga drogadicta desastrosa. Mondia era esa drogadicta desastrosa, al estilo trainspottin. Tenía cuarenta años, veinte de los cuales había ido y vuelto unas cien veces de la abstinencia. Actualmente vivía sola en un departamento de centro, no tenía un trabajo desde hacía meses, comía basura y delíveris y pasaba la mitad del día viendo la televisión en mute. La otra mitad del día estaba acurrucada y taciturna frente a la caja fuerte de su armario. Adentro había un paquetito y una jeringa esperándola, y lo único que la detenía, aparte de su hilacha moral, era que no sabía la clave para abrirla. Su mejor amiga pensó que si lograba controlar sus ansias por abrir la caja fuerte iba a poder dominar su adicción, y como le gustó la idea (y no perdía nada intentando algo nuevo) instaló ahí la caja fuerte y le llevó comida dos veces por semana en adelante.
Mondia había hecho lo posible por abrirla. Al principio pasaba la noche entera gritando y llorando revoleando la caja metálica contra las paredes, metiéndola en la bañadera llena de agua y caca y pis, saltándole (así se esguinzó el tobillo), puteándola para que se abriera. Ahora sólo se contentaba con mirar a la caja desde su lugar, estrujando pedazos de estetoscopios rotos. La miraba con saña, intentando pensar de qué forma estúpida lograría controlar su puta ansiedad.
En eso estaba cuando vio a Caharuh a dos metros del armario. Primero pensó que era una alucinación, después recordó que no estaba drogada, y se preocupó cuando comprendió que debía ser una alucinación por la abstinencia.
-¿Qué querés?
-Ayudarte -le respondió el nene rubio, inocente, como si la mamá lo hubiera mandado con el recado de ayudarla.
-¿Ayudarme?
-Tengo algo que te va a hacer bien -dijo, sacando del bolsillo de su camperita una banda elástica, una ampolla con un líquido dorado y una jeringa en su envoltorio-. ¿Querés?
Mondia tembló ante el brillo de la aguja, se frotó el pie vendado con fuerza y, respirando fuerte, preguntó:
-¿Es bueno o malo?
-Bueno. ¿Me creés capás de darte un narcótico ahora?
Mondia no contestó y no impidió que Caharuh se le acercara, le levantara el brazo, le ajustara la goma, le encontrara la vena y, dejando caer la ampolla vacía al piso, le dijera:
-Ahora todo termina, vas a ver.
Inyectando, Mondia lo vio sonreír hermosamente, como sonríe un misionero que cuida nenes hambrientos, como si en verdad le estuviera inyectando la mejor de las drogas.
...


Lo único peor que escuchar a alguien que da una pésima oratoria, es escucharla por triplicado con la gente que lo vuelve a criticar.

1 comentario:

  1. me fastidio conmigo cuando no me puedo imaginar lo que vos imaginaste y querés decir tácitamente, porque pienso que me vuelvo viejo y estoy perdiendo mi capacidad de lectura ente líneas...

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A ver qué tenés para decir...