jueves, 9 de julio de 2009

Trece horas

En el sueño primero estaba con mi hermano en un lugar nevado, y yo lo filmaba haciendo boludeces; después yo era el que hacía boludeces y me la ponía contra la nieve tratando de hacer un wallflip, cuando aparecían gnomos feos y malos y los espantaba con ramas espinosas. Después yo era Bart, después Ayudante de Santa, mi casa actual era la de Flanders y yo me colaba a jugar volley de pileta con una desconocida en biquini negra.
Pero después no. En un momento apareció mi hermana, y atrás de ella el nono. Yo estaba en la pileta, era mi pileta, mi casa; y todo tenía sus proporciones exactas (es la primera vez que los espacios no se distorsionan en un sueño mío). Yo lo señalaba al nono y entonces me acordaba que estaba muerto. Mi hermana no lo podía ver. Yo salí de la pileta y dejé de verlo, pero sabía que seguía ahí, veía su silueta invisible. Le avisamos a todo el mundo que el nono había venido, mi mamá fue a saludarlo, como no lo veía me pidió que le diera su bastón. Yo, sin saber bien dónde estaba, lo apoyé en el piso y el nono enseguida lo agarró, y ayudado por el brazo de mamá fuimos hacia adentro, re felices. Le dieron torta, lo llevaron de acá para allá. Mamá lo retó por cinco cosas (no me acuerdo cuáles eran, pero una quizás fue por visitar a la nona tantas veces y convencerla de que iba a vivir hasta los 100 años). Un tiempo después me desperté y mi boca y saliva reseca tenía sabor dulce. Eso también es la primera vez que pasa.
Había dormido trece horas seguidas.

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