jueves, 9 de julio de 2009

Cinco inicios

Bueno, voy a presentar al azar cinco inicios de cuentos que difícilmente escriba en mi vida.

Si me hubieran dicho que a una mujer está embarazada se le duermen los dedos de los pies cuando se acuesta, lo hubiera sabido mucho antes. Pero resulta que no es un síntoma común, y tal vez es un síntoma de casualidad; y como consecuencia llevo tres meses con una niña en la panza y recién ahora me entero. Maldito también mi ciclo irregular que no me permitió levantar sospechas.
Bueno ese fue uno, imaginátelo como un drama pelotudo de los de ahora.

Siempre oí historias de gente que se despertaba con terrible resaca y encontraba cosas fuera de lugar sin saber cómo habían llegado ahí. Tal vez en la antigüedad se lo adjudicaban a espíritus, no sé, pero lo cierto es que esa creencia debió terminarse cuando uno en el grupo permaneció sobrio. Ahora, en mi grupo, somos como aquellos de la antigüedad: todos en pedo. Sí, oí historias parecidas, como la del papá de mi profesor de dibujo, que se despertó al lado de una prostituta de Singapur y con una fragata en el bíceps. ¿Pero por qué tengo yo un código de barras gigante, rojo y latente en mi antebrazo?, no le encuentro explicación. Y mucho menos a ese cortaplumas que está adentro de mi zapatilla.

-¡Teniente Luftgwehrkugheln! -llamó el criptishishi-. ¡Aleje a estos bárbaros de mi vehículo!
El teniente Luftgwehrkugheln reprimió un insulto y se llevó a sus hombres. Les mostró, a unas millas de allí, el triste escenario de un campo de batalla de la semana pasada, sembrado de avionetas despedazadas y paracaídas con pilotos muertos. Peleas de perros, cien peleas de perros en cuyas ruinas ahora sus hombres bárbaros iban a jugar como niños... Pero el teniente Luftgwehrkugheln no podía jugar, porque entre la pipa, la pistola y la pólvora, tenía escondida una cartita de cinco centímetros por cinco. Y esa pequeña nota le daba instrucciones para deshacerse esa misma noche de sus hombres bárbaros, de todos los criptishishis y para huir rumbo a Condoresa... La duda lo asesinaba igual: ¿y si era una broma, y si venían a rescatarlos mañana a la mañana como estaba planeado, pero ya no había ni hombres ni criptishishis...?

Bueno, dije que eran cinco pero mentí. Son tres.

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