sábado, 19 de diciembre de 2020

Barney Gomez

Uno no puede andar por la vida en una ciudad haciendo el esfuerzo de imaginarse la compleja vida interna, el pasado, los temores, las ilusiones de cada persona que se cruza en su camino. Sé, así intelectualmente y de forma abstracta, que todos están igual de cargados que yo, a mi mismo nivel. Lo sé, lo entiendo, pero en la vida diaria, en el plano práctico de las cosas, esa mujer que colapsó ayer en el local porque alguien confundió la decoración de la torta de cumpleaños de su hijo es, simplemente, una llorona. Y el que nos viene a cobrar el alquiler es simplemente un cerdo codicioso que hace comentarios acordes, y el que barre la vereda nació para barrer la vereda. 

No hay nada de malo en que, para los demás, yo sea la gordita del local de tortas raras. Quizás asuman que, como me dedico profesionalmente a crear postres extravagantes, dentro de mi cabeza sucedan más cosas que dentro de la cabeza del barrendero, pero lo dudo.

Ayer, mientras terminábamos de cerrar el local, pasó el vagabundo de la avenida a ver si tenía algo dulce para él. O eso creí: al acercársenos le vimos una sonrisa inusual. Traía unas florcitas en la mano, de esas cositas silvestres que crecen en la vereda de la plaza, y nos dio una a a Mirta y otra a mí. No nos explicó por qué el regalo ni su felicidad. Mirta le dijo que era linda pero que no iba a sobrevivir las dos horas de viaje en transporte público ahí, en su mano, y el hombro sacó entonces dos botellitas de cerveza de un bolsillo, las puso en nuestras manos, sacó una botella de agua mineral de otro lugar y vertió un poco en cada una, cuidadosamente, hasta que los porroncitos sirvieran de florero. Sólo atinamos a decirle gracias y él se fue tarareando algo alegre. Mirta me miraba con alguna sugerencia sexual en su mente como única explicación, pero la verdad es que ni ella ni yo, en cien años, podríamos adivinar o comprender por qué nos regaló esas dos florcitas, ni cómo previó lo de las botellitas. De igual forma ni Mirta ni el hombre que cobra el alquiler van a entender por qué yo decidí prepararme un cupcake de vainilla relleno de somníferos y acostarme en el balcón para morir mirando una florcita silvestre en una botella de cerveza.

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