martes, 22 de diciembre de 2020

Mapa sin nombre

Llegó por correo a nombre de mi hermano cuando todavía estaba por nacer. Aunque, a decir verdad, todavía entraban entre Emanuel, Miguel y Eugenio. Gracias a la carta se decidieron por Emanuel. Correo internacional, el remitente estaba escrito en un alfabeto que desconocíamos y nadie pudo descifrar. Adentro había un mapa que, desplegado, tenía como dos por dos metros. Marcaba con increíble detalle ciudades, aldeas, montañas, ríos, rutas de todo tamaño y cada accidente natural por insignificante que fuera... pero todos los nombres propios habían sido quirúrgicamente borrados, como si con la punta de una aguja fina hubieran raspado el papel laminado en el área precisa de cada letra, extrayendo la toponimia y dejando el resto intacto. La segunda cosa curiosa fue que (nos dimos cuenta al mes de haber nacido Emanuel) no tenía rosa de los vientos ni puntos cardinales marcados de ninguna forma. ¿Arriba era el Norte? ¿Abajo el Sur? ¿O era sud sudoeste y medio?

Ema nació con una condición muy mala: los doctores dijeron que no iba a superar los veinte, veinticinco años como mucho. Por eso a los dieciséis salimos los dos, con mochilas, abrigos y gorras, a explorar el mundo y encontrar la geografía de aquel mapa y el misterioso padrino que nos obligó a la aventura.

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