domingo, 20 de diciembre de 2020

Alma de taza, cerebro de microondas

Hoy veo el sol respirar sobre mi taza de té y puedo imaginar que las cosas hechas a mano toman parte de la vida del artesano. Algo así hay en los mitos de creación: haciendo uno da vida, uno infunde su propio espíritu en lo que hace, uno imprime su huella característica. Y puedo imaginar que las cosas tienen vida: tienen sus diminutas consciencias de objeto, se comunican entre sí, se alegran de servir a los humanos, sus hacedores. No es difícil ver todo esto y entender que los hombres de antes hayan pensado de forma similar...
Sólo que desde la industrialización las cosas se volvieron idiotas: reciben menos contacto humano, son tratadas en masa como esclavos en una dictadura desalmada. Hoy tenemos objetos que llegan a nosotros sin haber estado en contacto, previamente, con la piel de nadie: máquina tras máquina tras máquina, dedos fríos enguantados en látex, cuando finalmente salen de la bolsita plástica y la caja de cartón en las que permanecieron durante meses, estos objetos tienen una mente convulsionada con recuerdos de haber sido extraídos de las entrañas del mundo con violencia pero nunca una caricia, una mirada consoladora, una palabra de aliento... Y junto a ellos, en el mismo estante, hay un objeto inteligente, un aparato de cerebro electrónico sin una pizca de humanidad. ¿Cuán difíciles de radicalizar creés que sean las mentes de los objetos que compraste online?
Los primeros hombres fabricaban cosas y las atesoraban y descubrieron las historias de la creación. Entonces no es raro que nuestra generación sea la primera en temer que lo que creamos, un día, se revele contra nosotros.

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