Sólo que desde la industrialización las cosas se volvieron idiotas: reciben menos contacto humano, son tratadas en masa como esclavos en una dictadura desalmada. Hoy tenemos objetos que llegan a nosotros sin haber estado en contacto, previamente, con la piel de nadie: máquina tras máquina tras máquina, dedos fríos enguantados en látex, cuando finalmente salen de la bolsita plástica y la caja de cartón en las que permanecieron durante meses, estos objetos tienen una mente convulsionada con recuerdos de haber sido extraídos de las entrañas del mundo con violencia pero nunca una caricia, una mirada consoladora, una palabra de aliento... Y junto a ellos, en el mismo estante, hay un objeto inteligente, un aparato de cerebro electrónico sin una pizca de humanidad. ¿Cuán difíciles de radicalizar creés que sean las mentes de los objetos que compraste online?
Los primeros hombres fabricaban cosas y las atesoraban y descubrieron las historias de la creación. Entonces no es raro que nuestra generación sea la primera en temer que lo que creamos, un día, se revele contra nosotros.
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