martes, 10 de septiembre de 2013

Komorebi

-Qué golosina más grande -comentó entre chupada y chupada-. ¿Cómo los harán?
Había una brisa africana que doraba las varas más largas del pasto y hacía bailar las manchas de luz bajo el duraznero.
-Deben hacerlas en una fábrica gigante -inventó, estirando los brazos hacia arriba, con languidez y pereza-, con máquinas gigantes que hacen así y así -y amasaba el azúcar imaginaria, yo apenas mantenía los párpados horizontales-. Después las pasan por una cinta laaaarga -Como hasta el bosquecito la imaginé de larga, hasta allá a lo lejos, al pie de la colina- y con cuchillos pesados van trozando. Chac, chac.
Me dormí al son del chac chac de su caramelo de azúcar grande. El canto triste y de fuerzas eternas de una tribu perdida en el mar evitó que mis sentidos se cerraran durante el sueño, y tuve una siesta de absoluta integración entre luz y mal, sombra y viento.

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