domingo, 25 de enero de 2009

Qué sabrá uno

Escribe todas las noches, entre las diez y media, que termina de cenar, hasta aproximadamente las tres o las cuatro de la madrugada, depende la inspiración. Es capaz de escribir once páginas en una noche, y como mínimo escribe dos. No sabe por qué pero es la noche el sillón más cómodo para escribir: durante el día hace cosas, ve tele, va a la facultad, lee algo, pero a la noche... que nadie le toque la noche porque se pudre todo. Y como duerme hasta tan tarde siempre se levanta después del mediodía, a menudo es su madre la que lo despierta con el almuerzo ya servido. Pero como no es de esos a los que les agrada saltearse comidas, siempre tiene que desayunar. Por eso siempre, después de escribir y antes de meterse en la cama, él se prepara una leche, le pone pajita y la mete en una heladerita llena de helafríos, junto con alguna galletita. Así, cuando se despierta con hambre a eso de las diez, sin abrir mucho los ojos estira un brazo, come algo y vacía el vaso de leche. En una época se preparaba licuados de banana para desayunar, pero descubrió que el frío prolongado ponía raras las bananas y después le caía mal. Pero cómo escribe a la noche: es una máquina. Para un escritor amateur como a mí, sus cifras me son imposibles, me saturo, me empacho antes de poder escribir diez páginas en un par de horas. Él vive pensando en escribir, haga lo que esté haciendo, él piensa en las palabras que va a tipear esa noche, o la siguiente, vaya uno a saber.

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