sábado, 9 de junio de 2012

El gigante bueno

Carlos era un gigante bueno y vivía en un gran parque al lado del pueblo. Era alto como un pino y le gustaba jugar con los nenes del pueblo antes de comérselos. Las madres lo conocían como Carlos el Buenote, porque en invierno se lo veía ir de acá para allá, rompiendo ventanas, soplando por las chimeneas para apagar el fuego, comiéndose al ganado, tapando las puertas con nieve y haciendo mil otras bondades. En verano, en cambio, cuando el calor pesaba más fuerte, Carlos se echaba a dormir durante días enteros. Igual, como era de espíritu simple y alma cálida, no se importaba que alguien con algún problema fuera a despertarlo para pedirle ayuda o consejo: el gigante Carlos inmediatamente se despabilaba para escucharlo, devorarlo  y volver a dormir. Todo el mundo comentaba la suerte que tenía fulano por de caer en una de sus trampas, la suerte de mengano por perder todas sus cosas, la suerte de sultano por haber sido torturado en la cueva del gigante. Incluso gente de otros pueblos y países oían hablar de Carlos, el gigante bueno, y aprovechaban sus vacaciones para ir a conocerlo. Y si llegaban a conocer su desmedida generosidad, nunca más regresaban.

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