jueves, 29 de agosto de 2013

Llegado el fin, hablemos

Llegué al lugar donde me había citado a la hora que me había indicado. Él ya estaba ahí, esperándome. Apenas me vio sonrió con esa media sonrisa triste y me abrazó como una ola a un peñasco. Su ropa olía a químicos, a suciedad y transpiración. Afuera del cuarto se oían las explosiones, las máquinas, el viento terrible. El polvo del techo caía continuamente sobre nuestros hombros y los objetos esparcidos por el piso.
-Gracias por venir -me dijo, y juntos nos acercamos a la ventana a ver el último eslabón del apocalipsis-. No queda mucho más tiempo, y necesitaba verte.
"Yo también", quise decirle, pero lo contuve. Sólo le apreté la mano con más fuerza.
-Queda menos de una hora -sentenció, y la forma dura de su mirada no me dejó dudas al respecto-. Y quiero que durante esta hora hablemos. Que me cuentes tus cosas. Todavía no es tarde -Me miró y vi algo infinito enmarcado en la barba desprolija de su cara-. Quiero que me cuentes algo que sea lindo, algo que sea feo, que me cuentes algo que para vos sea importante. Algo que nunca hayas terminado de entender.
Una onda expansiva blanca destrozó la ventana por la que mirábamos. Después de limpiarnos un poco la sangre, nos sentamos en un rincón alejado, como cuando elegíamos la mesa más aislada del bar al que entrábamos, y empecé a hablar como nunca lo había hecho en mi vida.

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