viernes, 23 de agosto de 2013

Soñé con Hemingawy

Dormí la siesta y soñé que estaba con Hemingway, y que Hemingway era fotógrafo y que estábamos en su cabaña al lado del mar que era color celeste, y que estábamos con su cámara analógica, toda llena de arena y tierra de varias aventuras, los dos apoyados sobre la baranda de madera, que crujía porque el salitre la ponía gris y vieja, y apuntaba el objetivo hacia los hijos del protagonista de su novela (escribía y sacaba fotografías), que eran tres nenes con mayas cortas y mojadas que corrían por la playa y se revolcaban y se tiraban arena y reían con gozo y jugaban y jugaban y jugaban.
Y Hemingway se encorvaba sobre la cámara y enfocaba y sacaba una foto y enfocaba y encuadraba y sacaba otra foto y hacía mil pequeños y minúsculas modificaciones para capturar en cada instante las posiciones y los movimientos de los tres nenes jugando, y de alguna forma yo veía también por el visor y veíamos lo mismo, y estábamos los dos con la misma tensión en todo el cuerpo infinito: sentíamos cosquillas hasta en la yema de los dedos de los pies, la piel de gallina en las nalgas, el cuero cabelludo que picaba por la transpiración, la garganta seca, la respiración pesada porque hacía calor y la humedad tropical llegaba hasta las axilas, y la cámara con su profundidad de campo, el diafragma, la obturación, y los brazos en ángulos extraños de los hijos del protagonista de la novela, y la arena blanca y sus tonos sutiles, y el mar celeste que era gris porque la fotografía era en blanco y negro, y el sol, y la playa, y las nubes, y las risas a lo lejos, y todos mis músculos contraídos como si estuviera por sonar la campana del ring, y el clic, el shrrrggglac, clic, shrrrggglac, clic.

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