Generalmente me lavo las manos con agua y jabón. Del clásico, nada de jabón líquido. Mucho menos con detergente. Pero bueno, debido a diversas circunstancias, ayer tuve que hacerlo; y al agarrar el detergente de la cocina sin querer lo apreté un poco de más, y una docena de burbujitas salieron volando sobre la mesada. ¡Qué alegría! Inmediatamente cerré el agua y me puse a jugar, sacudiendo las manos para modificarles su curso, para llevarlas de un lado a otro, para divertirme. Entonces me di cuenta que sigo haciendo las mismas cosas de cuando tenía seis años.
Pero cuando la última burbujita desapareció al tocar el suelo y me decidí a dejar de perder tiempo y lavarme las manos, pensé que algunas cosas sí habían cambiado. Antes me entristecía con la muerte de cada burbuja. Hoy... hoy no tanto.
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