domingo, 4 de agosto de 2013

Olor de la mañana

Me despertó el olor de la persiana cerrada y caliente por el sol. Recordarás la fuerza del sol a la mañana y cómo teníamos que ir a dormir al comedor cuando ya no se aguantaba. Estuve por hacer eso mismo pero me faltaron ganas. Me quedé bocarriba, destapado, sin almohada, mirando las manchas de luz en el techo. Los pájaros piaban entre las sombras de las ramas y se escuchaba en la planta baja la música del inquilino. El olor a pintura vieja recalentada era sutilmente intenso. Se mezclaba con la lavanda seca que quedó en tu placard vacío y con el barro que quedó en mis mocasines. ¿Anoche había llovido? Sí, un chaparrón minúsculo, caído sólo para levantar vapor de la tierra y embarrarme los pantalones. Eran esos claros que me había regalado tu abuela. ¿Qué andará haciendo ella ahora? ¿Cómo me recomendaría sacarles el barro para no arruinar la tela? Tuve un segundo intento de bajar al comedor y seguir durmiendo, pero en vez de eso me senté en la cama (empezaba a transpirar), abrí del todo la persiana y me volví a acostar. El sol entró como un tren directamente sobre mí y me crucificó donde me desplomé. Ya me encontrará acá el inquilino, pensé, cerrando los ojos para no quedar ciego. Ya alguien me encontraría, tendido, tieso, donde me habías dejado.

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