miércoles, 20 de febrero de 2013

Sopla

Un chorro de helio directo al pecho, dolor intenso y súbita sensación de flotabilidad. Tus amigos te habían dicho que no iba a doler, pero dolió, y un poquito te sentís mejor. Tal vez no todavía, pero sabés o intuís que es el principio de una mejoría.
Distinto es tener que ser Rambo y meter el inflador dentro de tu propia herida, y jalar una, jalar dos, jalar mil veces, sin importar si está cicatrizando o no, inflándote las carnes heridas con aire magro, con la esperanza (ya no la certeza) de que vas a mejorar si seguís haciéndolo.
Tienda la idea de mezclar humo en el inflador. Tienda la idea de tirar el inflador y pedir pastillas. Tienta la idea de tirar todo y dormir y llorar durmiendo con los ojos cerrados. Tienta tanto que la única opción es poner el despertador muy temprano, antes de que se despierte todo el mundo, despabilar, mirarse al espejo, buscar la herida, hacerla supurar, respirar profundo y clavar el inflador, a lo Rambo, a lo deprimido arrepentido, a la única opción sana que da el espejo.

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