miércoles, 10 de febrero de 2010
Pirucha zanahoria panfletera IX
Los sicólogos la llamaban el Mal de la Mudanza, pero los neurólogos estudiaron mejor la enfermedad y la bautizaron el Mal de Shemerssën. Yo tengo Mal de Shemerssën. ¿En qué consiste? En que cada día, después de despertarme, sufro cuarenta y siete minutos de terrible amnesia. Me despierto y no sé dónde estoy ni cómo llegué ahí. Es inmediatamente después que me doy cuenta que no sé qué hice anoche, qué hice ayer, qué hice de mi vida ni quién soy. Por algunos minutos, creo, no sé absolutamente nada y me torturo a mí mismo porque tengo el presentimiento de que debería saber esas cosas. A los minutos de estar despierto recuerdo algunas palabras y puedo empezar a hablar conmigo mismo; créanme que cuesta horrores para una mente errante dar sentido a fonemas sueltos y que aparentemente suenan todos parecido. Pero puedo balbucear y preguntar cosas, puedo pedir comida y preguntar dónde está mi mamá (Samanta me asegura que siempre hago eso cuando me levanto). Si al despertar hay una persona al lado mío, la ignoro un rato largo. No lo hago a propósito, sólo es que (Samanta lo descubrió) no recuerdo ni la forma humana ni la de nada, y no soy consiente de que hay otra persona igual a mí. Para cuando veo a ese alguien puedo pronunciar automáticamente mi nombre. Y es entonces que puedo conversar y hacer preguntar más coherentes; y mejor aún: oír respuestas y, generalmente, entenderlas. Si cuando despierto tengo a alguien amistoso como Samanta al lado, los cuarenta y siete minutos de amnesia terrible se hacen algo ameno. Ella responde mis dudas, pacientemente me cuenta mi vida y me explica lo que es el Mal de Shemerssën, asegurándome mientras mira el reloj que pocos minutos después voy a recordar todo y, a su vez, olvidar casi por completo esos cuarenta y siete minutos. Nos llevó muchos, muchos años a Samanta y a mí poder entender, controlar y describir esta divertida (a fin de cuentas al caer la noche es divertida) enfermedad.
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Me comería esta zanahoria, sin dudas.
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