miércoles, 10 de febrero de 2010

Norita se aísla

Victorino de la plaza hizo grandes avances en la Argentina, a parte de terminar con la división entre bavianos y mulanos. Fundó fábricas, fundó pueblos en la patagonia, fundó periódicos en el interior y el exterior, en países limítrofes y Europa, y también apostó mucho dinero en todo tipo de investigaciones científicas; entre ellas, la investigación urbana. Gracias a Victorino, Buenos Aires y Rosario y, en menor medida, la ciudad de Santiago del Estero (antigua capital de mulanos), vieron crecer rascacielos de última tecnología capaces de albergar a enormes cantidades de ciudadanos sin suponer una sobreexplotación social, ambiental ni urbana.
Para entonces Norita vivía todavía en su edificio abandonado. Había dejado de trabajar en el Bar Castelar y había cortado de golpe toda relación con sus nuevas amigas y con aquel chico baviano que la había llevado al cine. A su alrededor no había más que pedazos de papel (Norita había aprendido a leer), mechones de pelo arrancado de su calva y estropeada cabeza y libros. Muchos libros de los cuales Norita leía las primeras páginas y dejaba abandonados. Por la noche Norita salía de su guarida pestilente y robaba libros donde podía. Así pasó dos meses, como al principio, cuando se declaró la paz, encerrada.
Cuando los obreros de la demoledora fueron a ver el predio en el que se construiría la nueva torre de departamentos más grande de Latinoamérica, encontraron a Norita en un estado deplorable y a punto de morir de inanición. Un muchacho robusto se compadeció, la cargó en su espalda y la llevó al hospital. Y mientras ella se recuperaba inició una causa contra el gobierno por la completa desatención de una mulana heroica. Su caso fue publicado en los diarios y, gracias a la habilidad de los abogados y del mismo gobierno de Victorino, Norita se garantizó, sin saberlo ni merecerlo, un departamento de dos ambientes en la torre por construir.

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