jueves, 28 de marzo de 2013

Gordito aventurero

De su abuela Matías heredó una linterna. Era vieja, metálica y pesada. No sabía de dónde había sacado esa idea, pero para él siempre esa linterna había sido la linterna mágica de la abuela.
Una noche se sentó en el jardín de su casa y puso la linterna parada hacia el cielo. La acarició despacio, como si fuera la mejilla de su abuelita, y la prendió. El haz parecía iluminar hasta las estrellas.
Matías que quedó mirando la luz, pensando qué lindo sería que un genio saliera de ahí y le concediera un deseo. Él, que tenia tantos problemas y cosas para corregir, podría aprovechar muy bien ese deseo.
Fantaseaba tanto con ese genio que, cuando se le apareció, flotando sobre el ojo de la linterna, dudó por un momento si no se había quedado dormido. Pero no, el genio estaba ahí, y le ofrecía un deseo. ¡Era real!
Y su respuesta fue inmediata: no deseó ser flaco en vez de gordito, no deseó tener mil amigos en el colegio, no deseó plata, ni una cartuchera nueva, ni que sus papás se pelearan menos, ni ninguna de esas cosas que generalmente le daban vueltas por la cabeza.
-¡Quiero -exclamó sonriendo- aventuras!

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