miércoles, 14 de julio de 2021

Paroniria

Nos prometieron el fin de la frustración de dormir y soñar incoherencias y olvidarlo casi todo. La idea era simple: elegís qué soñar, cuanto más pagues, más personalizado el sueño.
La adicción fue rápida: cansado de soñar dos veces por semana con las mismas peleas contra dragones, las mismas orgías con las mismas celebridades, los mismos viajes espaciales, pagabas un bonus para elegir el tamaño y el color del dragón, para desbloquear una nueva celebridad y para que la nave espacial fuera idéntica a la de Star Trek.
Después, cansado de que los sueños terminasen todos igual, pagabas un plus por añadir eventos innovadores, fusionar historias, reproducir alguna memoria específica previa extracción del córtex.
Y cansado a fin de mes de tus propias elecciones, de conocer de antemano todo, pagabas, su podías, a algún escritor para que introdujera, noche a noche, una nueva historia inédita.
El boom fue instantáneo y la demanda se modificó todos los sectores del entretenimiento: guionistas reciclados abrieron sus consultoras y se volvieron millonarios, y a su vez cualquier donnadie podía, por diez dólares, comprar treinta sueños programados por un pakistaní sin imaginación. Las productoras de cine y pornografía se reestructuraron enseguida, pero no pudieron monopolizar el negocio: cualquiera podía aprender a escribir sueños, la calidad narrativa era el único lujo.
Las medidas de seguridad resultaron débiles y los oportunistas no perdieron un segundo en invadir servers con toda clase de pesadillas. Escándalos se sucedieron uno al otro: deportistas que despertaban exhaustos previo a una final, políticos que perdían la compostura pública luego de sueños pedófilos, proselitismo de campaña incesante previas elecciones.
Las grandes compañias de tecnología destruyeron cualquier intento honesto de regulación democrática de la industria, y dormir tranquilo pasó a ser privilegio de multimillonarios.
Y nosotros nos quedamos sin poder volver atrás, soñando spam en la siesta, violados en el inconsciente, padeciendo paronirias enfermizas y viviendo el día al día con ojeras y arrastrando el trauma de programadores oníricos sin ley ni límite.
Dormir en negro, o despertar sin recordar nada... Lejos de todo, valles remotos sin conexión satelital se poblaron con los últimos soñadores de verdad.

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