jueves, 25 de febrero de 2021

Máscara de gato

Cuando nos sugirieron entrevistarlo al viejo de las máscaras me sonó a pedorrada (incluso para la sección cultural del diario local, sí), pero después de googlearlo me quedé con una gran expectativa: ¿cómo es que había tanto debate, tanto amor y odio alrededor de un viejo octogenario que coleccionaba y fabricaba máscaras? Algunos le atribuían el poder de salvar vidas, otros lo tachaban de estafador desalmado, de enfermo mental, de poseído por demonios. Nos concedió una entrevista para el domingo, así que Manuel y yo cancelamos nuestros planes familiares y allá fuimos. Tenía un caserón grande, vestía como viejo de geriátrico y tenía la cara que uno puede esperar de un coleccionista de máscaras: surcada de arrugas expresivas, piel porosa formando nítidos contornos y rasgos amables fáciles de dibujar y difíciles de olvidar. Nos mostró las máscaras de todo el mundo que tenía en vitrinas y cajas, nos explicó de rituales, de teatro, de psicología. Manuel sacaba foto tras foto. Nos mostró sus creaciones, sus libros de catálogos, su jardín exótico. Nos sentamos a tomar una limonada casera y, mientras el viejo llamaba michi michi a su mascota, le pregunté por las máscaras humanas. Me miró de refilón y su gesto se volvió torvo. ¿Las que había comprado a los pigmeos, o las que le encargaban? Las dos, dije queriendo sonar conciliadora e imparcial. Nos explicó que había gente que perdía a un ser demasiado querido y que entonces él se encargaba de extraer cuidadosamente el rostro fresco, curarlo y montarlo sobre una máscara: así los viejos jubilados podían contemplar a su compañera de vida antes de dormir, los padres podían vestir a un muñeco con las ropas de su hija y montarles la máscara, y que incluso, sabía, había quienes pagaban a una prostituta para que usase el rostro ajeno durante su turno, pero lo que sus clientes hicieran ya no le incumbía. ¿Y las acusaciones?, pregunté. "No tuve nada que ver con los asesinatos", se atajó, "y la justicia lo probó. Quizás algún demente copió mis técnicas, no sabría decirte". Finalmente apareció su gatito bajo la sombra de un ciruelo, un gato de pelo negro y brillante que, apenas saltó sobre su regazo, nos mostró una carita que había sido desollada por completo. Nos miró con sus ojos amarillos en medio de una extensa cicatriz color carne. Manuel levantó la cámara pero un ademán prohibitivo nos dejó en claro que a su michi michi no le íbamos a sacar ninguna foto.

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