domingo, 14 de abril de 2013

De cuando dejé al mendigo

Pasó la revolución y aproveché para conseguir un empleo. No volví a ver al mendigo por varios meses. Cuando finalmente me lo crucé, una mañana fría, lo vi igual que de costumbre, solo, como lo había estado toda su vida hasta que un día me senté a su lado. Me acerqué a saludarlo con un café extra de regalo.
-Lo que da tristeza no es la soledad -fueron sus únicas palabras-, sino recordar que antes no se estuvo así de solo.
Esperé a ver que el café le calentaba las manos y me fui a trabajar, tarareando.

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