domingo, 7 de abril de 2013

Comezonez

Iba sentado atrás de todo, del lado donde el sol traspasaba la suciedad de las ventanillas tiñendo el interior del colectivo con un dorado lechoso de contornos borrosos. Mil partículas en el aire, del tamaño de átomos, de arañitas, de panaderos o de lágrimas flotaban en el vaivén del colectivo, creaban mil profundidades distintas, desde las cabezas que tenía más cerca hasta las personas lejanas que se sentaban detrás del colectivero. Y el motor sonaba tan fuerte y parejo que parecía que íbamos en absoluto silencio, y era perfectamente posible imaginar y asignar sonidos nítidos a cada roce de ropas, a los murmullos de las conversaciones, a los pies que rascaban el suelo de goma.
Existe un tipo de comezón nerviosa. A uno le pica un punto determinado en su piel, y se rasca, pero al hacerlo la picazón se corre unos centímetros, volvemos a rascar y se vuelve a desplazar, a veces hasta al miembro contrario del cuerpo. Eso me pasó cuando viajaba en ese colectivo: me picó alrededor de la mano, subió hasta la muñeca, después de repente me picaba una mejilla, y al rascarme allí desapareció.
O eso creí hasta que, un segundo después, vi que la chica que iba dos asientos adelante de mí, suavemente levantaba su mano y se rascaba su mejilla. Su acompañante, acto seguido, se rascó despreocupadamente el borde del cuello con la mandíbula. El hombre barbudo que estaba cruzando el pasillo se rascó con cinco uñas en el cuello, levantando la pera, como si fuera a ronronear. Y así pude ver, paso a paso, persona a persona, el recorrido que el comezón fue trazando dentro del colectivo, desde mi propia piel hasta que, finalmente, se apoderó del colectivero, que se rascaba la brillante pelada. Él se la pegó al pasajero que le pidió descender por adelante, y junto con ese hombre de traje que se rascó la pantorrilla antes de descender, la comezón, finalmente, nos dejó.


Escucho las conversaciones de jóvenes colegiales en los colectivos de retorno a sus hogares, y me da gracia. Pero recuerdo mis conversaciones con mis amigos de jóvenes colegiales de retorno a nuestros hogares, y me da vergüenza y me bajo llorando y llamando a mi mamita.

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