martes, 1 de enero de 2013

Dame una h, dame una o

El cielo solemos verlo fraccionado. Apenas vamos a una quinta o una plaza poco arbolada y nos damos cuenta que en treinta metros a la redonda no hay edificios, miramos al cielo y lo vemos ahí, como amplio, todo arriba nuestro. Por primera vez cobra sentido la expresión de "cúpula celestial". (Antes, el resto de la vida, había sido una "cuadrícula celestial".) Es común tenderse boca arriba y tratar de abarcarlo de una sola mirada, buscar con el rabillo del ojo el límite, el horizonte, que no está, claro que el límite no está.
En las esquinas suele suceder algo similar. Justo en el centro de las intersecciones suele quedar un espacio abierto (cruzado de cables, es verdad), donde uno puede pararse y contemplar esa inmensidad tan superior a la inmensidad humana. Lástima que la ciudad no nos deja pararnos en medio de las esquinas y mirar arriba. Podemos pasar la vida viendo el cielo por pixeles y autos a los costados, sin acceder nunca a esa otra dimensión, que es la del firmamento inmisericorde.

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